La violencia sexual y de género en conflicto antes se percibía como un producto de la guerra, pero ahora se reconoce como un arma y un crimen. Aun así, ocurre en todas partes y es poco conocida en todo el mundo debido al temor al estigma o las represalias, la disponibilidad limitada o el acceso de proveedores de servicios de confianza, la impunidad de los perpetradores y la falta de conciencia de los beneficios de buscar atención.
Los sobrevivientes a menudo enfrentan el rechazo social que aumenta su vulnerabilidad ante más abusos y explotación. Las consecuencias de esta forma de violencia pueden ser profundas, duraderas e intergeneracionales. A menos que se aborden, las cicatrices que deja la violencia sexual y de género en las crisis humanitarias dificultan la resistencia y recuperación de las comunidades.
Si bien la respuesta humanitaria a este tipo de violencia ha mejorado en los últimos años, aún queda mucho por hacer. Es vital que la prevención y la respuesta se centren en las necesidades de los afectados, y les permitan participar.
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